No caben dudas que el 16 de julio
de 1950, Río de Janeiro se sumergió en el luto más oscuro, cuando Uruguay ganaba el Mundial ante Brasil, profanando el Maracaná
ante la mirada incrédula de toda una nación. Cuando Jules Rimet entregó la Copa
del Mundo al capitán uruguayo Obdulio ‘El Negro Jefe’ Varela, cada brasileño se
sintió como si hubiera perdido al ser más querido, como si su honor y dignidad
hubieran desaparecido. Muchos juraron aquel día que nunca volverían a ir a un
estadio de fútbol, ese día, todos apuntaron con su mirada acusadora a un
culpable, al portero Barbosa como el principal culpable de la derrota ante
Uruguay.
Su pecado fue dudar si atajar o
despejar el gol que hizo campeón del mundo a la selección charrúa y su
penitencia, un cruel destierro u ostracismo por parte de la sociedad brasileña.
Barbosa, tuvo que soportar el
resto de su vida el desprecio de la gente, muchos le daban la espalda, le
ignoraban e incluso se mofaban de él por la calle. Una de estas ocurrió en los
años ochenta, cerca del mercado de Rio de Janeiro, cuando escucho, a una mujer decir,
mientras le señalaba: “Mira hijo, ése es
el hombre que hizo llorar a todo Brasil”.
Uno de los últimos desaires que Barbosa
tuvo que soportar en su vida, fue cuando Lobo Zagallo, quien por aquel entonces
era ayudante de Parreira, le impidió entrar a una concentración de la ‘canarinha’
para saludar a los jugadores, por miedo a que “Salara” o le diera mala suerte
al equipo de cara al Mundial de Estados Unidos de 1994, quien finalmente conquistó.
El destino también fue esquivo
con Barbosa, quien en muchas ocasiones pensó que había nacido para morir en
vida. El desafortunado portero brasileño trabajó durante más de 20 años como
intendente del Maracaná, el estadio en el que fue ‘enterrado’ vivo por millones
de brasileños. Como premio a su trabajo y dedicación, he ironía, le regalaron
la portería que él defendía en el Maracaná. Quemó la madera pero no pudo
deshacerse del desprecio de la gente. “Si
no hubiera aprendido a contenerme cada vez que la gente me reprochaba lo del
gol, habría terminado en la cárcel o en el cementerio hace mucho tiempo”,
confesaba una y otra vez Barbosa.
La única palabra amable con respecto
a Moacyr Barbosa, y que nunca llego escuchar, fue dicha seis años después de su muerte, “Fue un
gran portero, debería ser recordado por sus grandes momentos con la selección,
no por aquella final”, aseguró Dida sobre Barbosa durante el Mundial de
Alemania en 2006 poniendo fin a una maldición de más de medio siglo sin que
ningún futbolista de color defendiera la portería de la selección brasileña.
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