Hoy exprimiendo unas flacas y raquíticas naranjas, con la intención
de sacar un poco de jugo a petición de mi esposa, recordé un milagro que sucedió
hace algún tiempo atrás, mientras era pastor de una modesta iglesia en la
ciudad capital.
Un hermano de nuestra congregación, me llevo a conocer su
hermosa finca, apostada a las riveras del enorme lago Gatún, que abaste de aguas al canal de panamá.
Su finca no solo tenía en su parte trasera una hermosa vista
y acceso directo al lago, sino que toda ella estaba sembrada de naranjos,
cientos de palos de naranja. Pero había un
problema, su padre quien sembró los árboles, con la intención de hacerlos producir
naranjas injertadas, estos daban cada año naranjas agrias.
Yo recorrí toda la finca; como a mí me gustan las naranjas agrias,
para hacer refrescos, lleve para mi casa todas las que pude, pero antes de
retirarme, ore por mi hermano y su propiedad.
Al año siguientes, esos árboles que solo sabían dar naranjas
agrias, empezaron a producir las más ricas y jugosas naranjas que alguien haya
probado jamás, y aun hoy siguen produciendo naranjas dulces y jugosas.
¿Qué le
cuesta a Dios hacer un milagro para ti? Nada. Solo vasta creer y el hará el
milagro.
“Así que no depende del que quiere, ni del
que corre, sino de Dios que tiene misericordia.” Romanos 9:16
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